Viena. Natasha Kampusch, la austriaca de 22 años que fue secuestrada durante ocho años, ha plasmado en las 284 páginas de 3.096 días la violencia, los abusos y las humillaciones a las que le sometió su captor, que le obligó a llamarle "mi señor" cada vez que se dirigía a él.
El libro, por el que se especula que Kampusch ha cobrado 1,2 millones de euros, saldrá a la venta en Austria mañana miércoles con una tirada inicial de 50.000 copias y será traducido al español. La presentación, el próximo jueves, correrá a cargo de la propia Kampusch en una librería de la capital austríaca. Pese a que la joven rememora su infancia, la parte que la mayoría de los lectores quiere leer es la referida al secuestro y posterior fuga, en agosto de 2006.
Fueron días, meses, años en un sótano "frío, húmedo, repugnante" en el que el captor, Wolfgang Priklopil, la metió desde el primer día. Las primeras horas fueron de angustia, pese a que era sólo una pequeña de diez años. "¿Vas a abusar de mí?", le preguntó a su captor, que replicó con un no: "Eres demasiado joven para eso". "Ya no vas a ser por más tiempo Natasha. Ahora me perteneces", le amenazó.
A partir de entonces todo fueron obligaciones: a raparse la cabeza o a trabajar semidesnuda como una esclava del hogar.
Kampusch confiesa que intentó suicidarse en varias ocasiones. "A los 14 años había intentado varias veces estrangularme con prendas de ropa. A los 15, traté de cortarme las venas con una aguja de coser", relata. También cuenta en el libro cómo su cuerpo estaba repleto de contusiones derivadas de las numerosos golpes -hasta 200 por semana, asegura- que sufrió a lo largo de su cautiverio. Huesos rotos y marcas, como las producidas en las muñecas al ser atada a los barrotes de la cama. "Odiaba cuando me ponía a llorar", relata la joven que ahora tiene 22 años. "Entonces me agarra del cuello, me arrastra al fregadero y me metía la cabeza bajo el agua y me apretaba hasta que casi perdía el conocimiento", evoca. Golpes y humillación, como la que sintió cuando tuvo su primera mestruación: "Me trató como si fuera una leprosa". La alternativa que halló para minimizar la pesadilla fue salir de sí misma y contemplar los hechos como si fuera una mera espectadora. Espectadora de una película de terror. "Abandonaba mi cuerpo y veía desde lejos lo que se hacía conmigo", apunta.
Kampusch explica que su secuestrador hablaba de entregarla a "los otros" y luego desentenderse de ella. La afirmación reabre la especulación, descartada por la investigación oficial, de que hubiera más implicados en el caso. "Quería impedir que me desarrollara como adulta. Era paranoide, enfermo, pobre. De lo contrario, no habría necesitado secuestrar a una niña", cuenta Kampusch.
Para sorpresa de muchos, Natascha no destila reproche alguno, ni a la Policía que jamás logró resolver su desaparición, ni a los vecinos que jamás observaron nada extraño en el comportamiento de Wolfgang Priklopil, de 44 años, cuya última victoria y afrenta a la niña que secuestró fue conseguir suicidarse tirándose a las vías del tren poco antes de ser detenido, con lo que evitó un juicio y el castigo que la Justicia pudiese determinar para hechos como estos.