A ver, que no quiero parecer un agonías. Pero, y eso me lo tienen que reconocer, el mundo pinta reguleras. Ya sé que mi pesimismo recalcitrante me hace ver las cosas con matices propios de un cenizo profesional. Desde luego, la ambición de Vladímir Putin por exportar ushankas y matrioskas a media Europa y la presencia de Donald Trump en el sillón presidencial del Despacho Oval no ayudan a florear la realidad. Pese a los esfuerzos del primero por dar de comer a la industria armamentística internacional y a la implicación hasta las cachas del segundo en el proceso de alto el fuego en Gaza –me temo, que con perspectivas de ganancias empresariales posteriores–, la conjunción de ambos en la misma época tiene pinta de ser una señal de la llegada del Innombrable y del consiguiente fin del mundo. Según los expertos en demonología cristiana y en Apocalipsis variadas, la venida del Anticristo llegará precedida de diversas señales como una gran apostasía. De momento, no hay consenso entre los estudiosos sobre la fecha exacta del armageddon. Pero no me digan que no les da mala espina que tanto uno como el otro sean capaces de aparecer ante el mundo como los verdaderos jerarcas de unos valores casi religiosos ideados por su propia ambición.