Hay ocasiones en las que hacer un poco de caso a la información internacional sirve para alegrarte el día. Ya sé que en un contexto en que la realidad de lo que acontece en el orbe está dominado por titulares de muerte, guerra, catástrofes, crisis y otras circunstancias similares, esbozar una sonrisa puede ser sinónimo de alguna psicopatía o, directamente, de falta de riego en el cerebro. Lo que ocurre es que hay perfiles humanos en los puestos que rigen el planeta que parecen salir de una película de la saga de Torrente o de un sketch de Gila. “¿Es el enemigo?”, espetaba el humorista madrileño, vestido de militar, en sus piezas ligado a un teléfono dirigiéndose a su interlocutor en una guerra con los ejércitos rivales imaginarios. No me digan que aquellas intervenciones fantásticas de aquel mito de la risa no cuadran con lo que sucede en alguna de las cancillerías más importantes. Que si voceo a los cuatro vientos que mis equipos de espías tienen la orden de mangonear lo que puedan en aquellos países que me llevan la contraria; que si tenemos que aceptar pulpo como animal de compañía para que no te lleves el Scattergories; que si ahora la abuela fuma... En fin, que el que no se divierte, pese a lo nefasta que es la actualidad, es porque no quiere.
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