Pues no sé muy bien cómo acertar. Me refiero a la ropa que me tengo que poner estos días para, en primer lugar, no morir de frío por las mañanas; en segundo, no fallecer de calor según se asienta el mediodía y la hora de comer y, por último, no perecer bajo el peso de todas las capas de prendas que, previamente, me he tenido que quitar para poder seguir respirando, a la hora de regresar a mi domicilio a primera hora de la noche, cuando aún está templado el ambiente. Les parecerá una tontería mayúscula, y seguramente lo sea. Pero es que esta etapa del año siempre llega para amargar la existencia al más pintado. Y así estoy, con cara de pocos amigos, asfixia generalizada por una explosión de trabajo por hacer que parece que no puede esperar y con el pensamiento puesto, casi exclusivamente, en el dinero que reparte el Euromillones cada semana y en los años que me quedan para jubilarme que, pese a las apariencias, aún son legión. Supongo que gran parte de la culpa de estas semanas es que llegan justo después de terminadas las vacaciones de verano y como preludio de aquellos meses en que el ser humano se agazapa para evitar el frío intenso. No obstante, cambio climático mediante, ya es posible disfrutar de la playa en diciembre. Si es que el que no se consuela es porque no quiere...