No es por ser un cenizo, pero el mundo tiene pintas de estar en las últimas. Lo escribo así tras ver un vídeo de una conocida plataforma en el que se explica, con todo lujo de detalles, la capacidad de Ucrania y de sus fuerzas armadas para poner en juego todo un enjambre de drones con los que amargar la existencia a sus homólogas rusas. Hasta ahí, nada nuevo bajo el sol, sobre todo, tras observar las consecuencias de la llamada operación Tela de araña, que ha desarbolado un tercio de los bombarderos estratégicos rusos en unas horas. Lo que sí es novedoso es que en el mismo trabajo videográfico, ya se avanza la existencia de robots de combate en fase experimental, que si todo sale bien, serían capaces de plantar cara sobre el escenario bélico a las tropas del zar. De ahí, al Armageddon, apenas hay un cruce de cables en uno de esos ingenios cargados de armas y con mala predisposición para la palabra. En la actual situación, en la que se suceden los hechos históricos significativos capaces de marcar a toda una generación, ya me veo subyugado a un ejército de terminators con la humanidad entre ceja y ceja. No hará falta ni que el exespía soviético se levante de la siesta con mal pie. Con que uno de esos aspirantes a C-3PO se tope con un mal campo electromagnético, estamos aviados. Y, sino, al tiempo.
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