No acostumbro a escribir de lo que no controlo. Y, en este caso, menos, por circunstancias evidentes. Pero, ¿qué me dicen del tupé que gasta Donald Trump? A mí, me tiene arrobado. Se ha escrito mucho y se han creado infinidad de contenidos escritos y audiovisuales en mil medios de comunicación y en la panoplia de redes sociales que pueblan el ciberuniverso sobre el particular estilo capilar del presidente de EEUU, pero supongo que nadie salvo él tiene el secreto que explica qué tipo de recursos arquitectónicos se utilizan para para sostener la pelambrera en su justo lugar. Estoy convencido de que no es cuestión de lacas ni gominas.
Ni siquiera de peines especiales. Ahí hay infraestructura. E importante. Nada de cuatro alambres. Tiene que haber listones de acero que sepan asumir los vaivenes de semejante testa, en el foco de todos. No hay día en el que la cabeza del líder de occidente no asome en páginas de periódico o programas de televisión, en los que se analiza la aparentemente caótica forma de gestionar el poder que tiene el neoyorquino entre anuncio y anuncio de aranceles, recortes y ataques al mundo universitario de su propio país. Y, mientras tanto, mientras se habla hasta la saciedad sobre él, no se abordan otros problemas. ¿Será que no tiene un pelo de tonto?