A la luz de las velas, con máquina de escribir o en modo amanuense –es decir, con el Bic y con la caligrafía más canónica posible, que dé fe de la formación recibida en los mejores colegios–. Pudo haber sido, pero no. Este rincón literario ha nacido como el resto de sus hermanos, a través de un editor específico instalado en el ordenador de la redacción que funciona, como casi todo en esta vida, con electricidad, salvo el pasado día de San Prudencio. El apagón que dejó a oscuras a toda la península durante unas horas ya es otro de esos acontecimientos históricos que, a golpe de vistazo, empiezan a saturar el calendario de hechos inéditos, circunstancias anómalas y sucesos nunca vistos hasta la fecha. Y todo ello, en cuestión de dos telediarios, instalando la sensación de que esta sociedad está instalada en la veleidad más absoluta, a medio camino del todo y de la nada. No es para menos. Hasta hace no mucho, la realidad se medía en eras, con su rigor y su conformidad social, en las que tenían que pasar décadas para asistir a un hecho capaz por sí solo de entrar en los anales. Ahora, sin embargo, no hay tiempo para asimilar una andanada histórica cuando asoma la siguiente, en una sucesión casi continua que hace que la vida sea una práctica de riesgo.