No es por ser cenizo, pero, si no se han dado cuenta, la Semana Santa está a tiro de piedra. Para un periódico, igual que para los cofrades que viven las fechas religiosas con rigurosa fe, son días de pasión. Con un ojo en el calendario, con otro en la actualidad y con el ánimo desbocado, como el resto de la humanidad, que espera estas jornadas como agua de mayo (en este caso, de abril) para tratar de desconectar del día a día, ya que la costumbre dicta que el inicio de cada año suele ser criminal, y más si a los quehaceres laborales hay que sumar la vida y sus responsabilidades, que nada entienden de asueto.
En fin, que será por la edad, o por la acumulación de estrés, pero el caso es que me he sorprendido a mí mismo revisando información sobre los pasos de las hermandades católicas que procesionarán en apenas unos días por Álava, por sus pueblos y por la capital. Aún no me veo como un nazareno, pero creo que empiezo a comprender su proceder más allá de una tradición que, como poco, no vive sus mejores momentos en estos lares. Las creencias arraigadas forman parte del ADN de cada individuo, aunque nada tengan que ver con la genética. Son esas cosas que se adhieren como pegamento al genoma para conformar rasgos muy concretos e inevitables.