Como a un Cristo, dos pistolas. La democracia y su sistema parecen discrepar con la realidad en Estados Unidos cuando se escarba un poco en la pátina superficial surgida tras décadas de una mercadotecnia político-cultural brutal capaz de vender a un burro como si fuera un caballo purasangre árabe. Da la impresión de que la considerada como la primera de las democracias occidentales se queda, en el mejor de los casos, con el nombre. Es cierto que EEUU acostumbra a enarbolar la bandera de la libertad y de la justicia allá donde llegan las botas de sus marines. Sin embargo, puertas adentro, da la impresión de que, pese a todos los discursos y grandilocuencias variadas, el bien común se camufla de manera tan efectiva que llega a desaparecer en detrimento de los intereses capitalistas de quienes tienen el grosor suficiente en la billetera como para poder dar su opinión. Una gran parte del resto, por desgracia, vive en paralelo a la imagen que se exporta de la gran potencia, con problemas que ahogan, como en cualquier nicho del mapamundi y que, sin embargo, poco o nada pintan para quienes están llamados a ser los representantes del pueblo y que, como mucho, se representan a sí mismos, a las elites a las que pertenecen y a los lobbies que tienen detrás.