Aquí, en el marco geográfico delimitado por el territorio histórico de Álava, las cosas están muy claras. Lo nuestro es la industria. Es uno de los rasgos que definen mejor la estructura económica del terruño y que trasciende en mil y una estadísticas que sitúan a los vecinos de la capital y de las cuadrillas en la parte alta de la realidad europea cuando se trata de definir esta en términos de bienestar económico. Ahora bien, como otras cuestiones trascendentales de esta sociedad en proceso de modificación o desmantelamiento, este sector se encamina hacia una encrucijada. Lo que habrá después de superarla, ahora es complicado de adivinar porque hay demasiados vientos de cambio en aspectos clave como la movilidad, la generación y el consumo energéticos, el siguiente paso en la digitalización, la madurez de subsectores otrora pujantes, un runrún casi permanente de conflictos sindicales, los requerimientos verdes, la generalización del uso de la inteligencia artificial, las nuevas relaciones internacionales, el cierre o caída de mercados tradicionales para las exportaciones y el riesgo de deslocalización. Todo ello genera inquietudes que ahora son difíciles de disipar. En cualquier caso, el sector fabril alavés tiene experiencia y siempre ha destacado por su capacidad de adaptación. Habrá que confiar.