Me relamo con gusto. Estoy leyendo las propuestas que el presidente electo de EEUU, Donald Trump, ha realizado como declaración de intenciones para la legislatura que está a un paso de iniciarse en aquel país, y ya me estoy imaginando los miles de titulares que va a protagonizar el ínclito de aquí en adelante durante cuatro años. Si solo logra materializar un 25% de la mitad de una décima parte de lo que ha dicho que va a hacer, les prometo que me postularé como norteamericano y tramitaré un pasaporte yankee para afiliarme al club de amigos del líder republicano, que son todos aquellos que profesan la filosofía recogida en el ya tradicional make America great again (Haz a los Estados Unidos grandes otra vez), y que se engloban bajo el paraguas de la ya icónica marca MAGA, todo un éxito marquetiniano y de ventas. Supongo que el culto a la persona será entonces lo único que tenga en común con el perfil medio del votante que optó por el multimillonario y condenado por la Justicia como nuevo presidente. Pero si el cuerpo electoral apostó por él de manera notoria desde Wisconsin hasta Alabama, yo seré capaz de hacer de tripas corazón para obviar todo aquello que no entiendo del personaje para amarle como ellos.