Escribo estas líneas de mañana, aunque en una redacción en penumbra. Y eso pese a tener todas las luces habidas y por haber encendidas. Sin embargo, la txapela oscura como el sobaco de un demonio que se ha instalado sobre nuestras cabezas impide cualquier pizca de luminosidad. En fin, que con la meteorología hemos topado. Mi móvil se ha quedado sin batería tras la recepción de decenas de avisos de todos los colores ante la previsión de la llegada de todo tipo de inclemencias. Y es que la entrada de una masa de aire ártico ha transformado al territorio histórico en una epopeya en sí mismo. Sobrevivir a vendavales, a un frío de espanto, a lluvia torrencial y, si me apuran, a la primera nevada de la temporada, todo ello, a la vez, y sin tiempo para respirar, se antoja propio de héroes. Sin embargo, todo ello era lo habitual hace unos años cuando el invierno se acercaba en el calendario y las costumbres hacían que todo el mundo se preparase para unos meses de pesadillas climáticas. Será que aquello del cambio climático nos ha malacostumbrado hasta el punto de obviar los pasados con la nieve hasta las rodillas, las crecidas en los ríos o las rachas de viento capaces de devastar un bosque sin pestañear. Ahora solo nos queda echar mano de la paciencia.
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