El cielo en el momento en el que estas líneas han tomado forma apuntaba a un gris oscuro propio de saga cinematográfica de películas de terror. Es el otoño en Vitoria, que parece regresar a sus valores tradicionales de tristeza y amargura. Habrá que esperar, porque escribir de clima y meteorología parece cuestión reservada para conocimientos arcanos, ya que acertar con las previsiones, desde la ufanía de quien no entiende ni poco ni nada, es cuestión imposible. Hace unas décadas, cuando llovía, se decía que llovía. Y cuando nevaba, que nevaba. Si hacía calor, por arte de birlibirloque, se decía que hacía calor. Ahora, todo aquello no es más que un epígrafe casi olvidado en los recuerdos. Toda aquella terminología consagrada por miles de años de experiencias humanas vitales han dejado paso a otros que dan fe de los avances de la sociedad y de las ciencias. Ahora hay vaguadas, inversiones térmicas, danas, depresiones... Así que ya llevo dos semanas sufriendo las consecuencias de mi ignorancia. Cada vez que cuelgo la ropa, se vuelve a mojar bajo chaparrones que, ni siquiera Siri es capaz de colocar en un mapa de isobaras. En fin, que habrá que armarse de paciencia, que es lo que toca en otoño.
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