Girar como una peonza implica un movimiento dinámico, con una velocidad y un equilibrio constantes para lograr que la rotación del trompo sea perfecta en su baile sobre la superficie elegida. Y así hasta que las fuerzas de la naturaleza se encargan de volver a transmitir quietud a la perinola, que regresa más o menos, a su situación inicial. Me van a perdonar la metáfora, pero uno, que hace décadas que no peina canas (y, a decir verdad, ninguna otra estructura capilar), ya no se cree ni una cuarta parte de la mitad de las declaraciones de muchos de quienes ejercen una labor de gestión de lo público. Escribo así tras reflexionar un ápice sobre los dimes y diretes de la última hornada de titulares a raíz de un eventual soterramiento para la llegada de la alta velocidad ferroviaria a la capital alavesa. Han sido ya muchos los políticos que han legado a Gasteiz promesas de plazos e inversiones que, a la vista está, no han servido para la instalación de siquiera un metro de raíles o la excavación simbólica de unas paladas de tierra. Es girar, mucho y bien, para volver al principio otra vez. En el mejor de los casos, lo que se logra con según qué actuaciones es fomentar la desafección de los gestionados. La peonza es divertida durante un rato. Después aburre.