Estamos a un tris de alcanzar el verano sobre el calendario, y ya, solo de pensarlo, me baja un goterón de sudor desde la frente. No sé si el cambio climático seguirá haciendo de las suyas durante los próximos meses, pero me da al hocico que la cosa no pinta excesivamente bien. Pese a que estas semanas no han sido tórridas como las vividas otros años por estas fechas, parece que la acción humana sobre el planeta ya no tiene vuelta atrás. Quizás este año salvemos la papeleta, pero el clima recordará a la Humanidad quién es el que manda. Las evidencias de lo mal que lo hemos hecho son palpables. A poco que se tengan dos dedos de frente, se puede intuir que las temperaturas no son lo que eran y que hay otra serie de fenómenos que han llegado para quedarse y mermar, de una u otra manera, la realidad en la que los seres humanos deambulábamos felices y sin miramientos consumiendo recursos como si no hubiera un mañana. Pese a que yo no peino canas (es evidente), mi DNI me asigna un número de años que, con un poco de suerte, me evitarán vivir las catástrofes que se barruntan. Pobre legado vamos a dejar a nuestros hijos si no nos ponemos las pilas de verdad y actuamos con seriedad y, sobre todo, sinceridad compartida.
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