El domingo se nos pira a recónditas tierras europeas un grupo de viejillos con la historia del Imserso y nuestro querido escanciador de café y otras sustancias anda mosca preguntándose la razón por la que la cosa pública les está medio pagando a estos un viaje a Rumanía. En realidad, creemos que lo que le jode es estar siete días sin ingresar lo de los susodichos en la caja. De los que van, parejas incluidas, todos están rondando los 70. Eso sí, no se marchan los inicialmente previstos. Se queda el carnicero de la esquina porque, claro, la tienda no puede bajar la persiana a mediados de mayo. La realidad es que el matarife se tenía que haber jubilado hace ya un tiempo. Pero después de tantos años afilando cuchillos y aguantando peticiones extrañas a cuenta de la receta diaria de Arguiñano en la tele, no quiere cerrar sin más. Quiere traspasar la historia para que la clientela de barrio siga teniendo un sitio al que ir o que, por lo menos, si alguien quiere montar otra cosa, que la lonja no se quede vacía. Pero lo cierto es que lleva lo suyo con el cartel en el escaparate y como si te operas. Así que ahí sigue, entre carrilleras, chuletillas y salchichas sin saber qué va a llegar antes, la muerte, la jubilación o un relevo. En el bar no se apuesta mucho por esto último, la verdad.