Lejos de darnos algún tipo de satisfacción, la política nos enfurece a diario. Y cuando salen a la luz pública corruptelas lideradas por personajes como el ínclito Koldo, a todos se nos revuelven más si cabe las tripas. Si ya resulta agotador tener que soportar a menudo las mentiras de nuestros servidores a los que la hemeroteca siempre deja retratados, mucho peor es darte cuenta de todos los enchufados y vividores alrededor del negocio. Los partidos se han convertido en una agencia de colocación de cientos de personas pagadas a precio de oro y de una dudosa profesionalidad. Contadas comunidades informan de cuánto pagan individualmente a este personal. Generalmente no facilitan un solo detalle identificativo siendo el secreto mejor guardado por todas las Administraciones. No se publica por tanto nombre alguno, ni siquiera sus méritos profesionales o académicos para acceder a estos puestos en el colmo de la opacidad. Es lógico porque ahí dentro puede haber esposas, hijos, sobrinos, nietos o amiguetes de los políticos. Lo único claro es que una parte importante de nuestros impuestos sirven para financiar a muchos caraduras que encima no tienen reparo en meter la mano en la caja. En esta vida ya sabemos que, a menudo, triunfan más los pelotas y los estómagos agradecidos que la gente de bien.