Desde hace ya años, antes incluso del bicho, nuestro querido escanciador de café y otras sustancias lleva desarrollando su particular plan de ataque, sabedor de que el grueso de su parroquia habitual está más cerca del juicio final que de la planta de neonatos. No quiere que le pase como a algunos coros alaveses, que tienen que cerrar ante la falta de relevo generacional. Por eso no se molesta cuando algunos viejillos usan nuestro amado templo del cortado mañanero como guardería en las horas de yayo-babysitter. Al contrario, hay un tarro de chuches detrás de la barra guardado de manera exclusiva para la chavalada. Es lo único gratis que este hombre ha dado en su vida. A eso se une un listado tremendo de leches de todo tipo menos casi de vaca, otro de infusiones imposibles de pronunciar en algunos casos, un par de pintxos veganos que se han estabilizado ya en la carta habitual, zumos sin calorías, azúcares, sabor... Ahora, viendo que cada vez menos viejillos acuden a las cenas de los viernes y que menos currelas se apuntan a los almuerzos de primera hora, se ha inventado un brunch diario especial con la idea se sumar al carro a los del gimnasio cercano y a los funcionarios que han estrenado oficina cerca del bar hace poco. Todo muy healthy y esas cosas.