Tuvimos el otro día un amago de 18 de julio en nuestro amado templo del cortado mañanero. Un desconocido, rondando los 50 con traje y corbata, cayó en nuestros dominios, pidió un con leche y se salió a una de las dos mesas altas que configuran la mini terraza del local. Entrar, pedir y salir lo hizo sosteniendo una conversación a través del altavoz del teléfono con un tercero. A tres viejillos les entró el cuerpo sandunguero y viendo que el interfecto iba por la vida compartiendo la charleta telefónica con toda la calle, salieron y se pusieron a hablar sobre lo divino y lo humano con esa tercera persona que estaba al otro lado del móvil. El sujeto presente se pilló un mosqueo del trece. Cuando colgó, entró en el local con ganas de montarla, preguntando quién puñetas se creían que eran aquellos aitites para meterse en conversación ajena. En esto, nuestro escanciador de café y otras sustancias hizo dos cosas. Una, poner el cuchillo jamonero sobre la barra. La otra, presumir de becario –o sea, de hijo–, ya que el muchacho tiene los brazos Perurena’s style. Se le invitó al señor en cuestión a comprarse unos cascos o a ponerse, como toda la vida, el puto teléfono en la oreja. Vuestras conversaciones no son las nuestras. Y si vais por la calle con el altavoz puesto, no os extrañéis de que ocurran algunas cosas.
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