La derrota del pasado jueves fue un duro golpe para el Baskonia, no tanto por el resultado en sí, sino por la imagen de un equipo con el que difícilmente pudieron identificarse los aficionados que acudieron al pabellón. Ni rastro de ese carácter del que tanto presume el club, excepto por los destellos de Howard y el singular caso de Chima Moneke. Algunos resentidos se empeñaron en criticar los gestos y extravagancia del ala-pívot en las primeras jornadas, pero hasta esos pocos detractores se han tenido que rendir a la evidencia de que Moneke representa a la perfección lo que es el Baskonia. Obviando los estelares números que está registrando, su actitud dentro de la cancha es intachable y lo volvió a demostrar ante el Zalgiris, dejándose la piel pese a la fatiga y los dolores en la cadera por un duro costalazo que se llevó en una de sus penetraciones a canasta. Fue el único que no perdió la fe hasta el final, y esa filosofía lo convierte en el mejor espejo en el que los jóvenes aficionados –a los que siempre atiende amablemente– pueden fijarse. Con razón se marchó al banquillo entre aplausos y gritos de “¡Chima, Chima!”. Solo hay un Moneke, eso es evidente, pero si toda la plantilla muestra el mismo coraje que él cada partido, la delicada situación del equipo es revertible. Necesitamos 12 Chimas.