Supongo que es muy fácil sumarse a la crítica generalizada surgida a raíz de la incursión de los activistas de Hamás en suelo israelí, provocando una matanza sin precedentes de civiles y militares. Objetivamente, los hechos de guerra de ese calibre superan con creces cualquier rango bajo el que se les quiera agrupar. El terrorismo es terrorismo. Y punto. Porque humanamente, es inviable rebajar la crudeza de una serie de asesinatos por las filias o las fobias que generan sus autores entre la opinión pública, o en parte de ella. Bajo tales parámetros, y a fuerza de ser coherentes, son tan deleznables los asesinatos cometidos por las brigadas de Al Qasam, el brazo armado de Hamás, como la sangría permanente que padece la sociedad civil palestina, y más concretamente, la de Gaza, tras años de bloqueo por parte de las autoridades israelíes, que han actuado sin miramientos durante décadas. Así que, dicho lo dicho, es lícito pedir a quienes son capaces de blanquear la barbarie, sea esta cometida por unos u otros, que dejen de abusar de los matices grises en su forma de enfrentarse a unos hechos gravísimos, a un lado y al otro de una frontera que lleva décadas humedecida por la sangre vertida sobre el terreno. A veces, la realidad se basta por sí misma para definirse.