Jamás imaginé que en octubre podría estar aún vistiendo pantalones cortos en Vitoria, pero estamos ya a día 6 y el calor incita incluso a combinar las bermudas con unas chancletas. Mientras algunos supermercados se apresuran a colocar turrones y polvorones en sus estanterías, las heladerías siguen haciendo caja como si estuviéramos todavía en pleno agosto. Los efectos del cambio climático son evidentes, y si hay alguien que lo sigue negando, o tiene dinero invertido en algún negocio contaminante o se está engañando a sí mismo para no ver la dura realidad. Mientras nuestro planeta se convierte progresivamente en un horno, las multinacionales y las grandes potencias mundiales van reculando y aplazando medidas verdes que deberían haberse tomado ayer. Algunos nos sentimos culpables por tirar una botella de plástico al contenedor orgánico y a otros no les tiembla el pulso a la hora de destrozar bosques enteros y explotar recursos naturales. Todo sea por dinero. Ante el inmovilismo general y político en particular, empiezo a pensar que la única postura posible es la de la resignación. Habrá que asumir que en unos años en vez de turrón tomaremos helados en Navidad y que en verano será imposible salir de casa mientras luzca el sol. Eso si tenemos la suerte de poder beber agua.