El fútbol es el único deporte que implantando el videoarbitraje no ha logrado acabar con la polémica. El VAR aporta justicia en muchas jugadas pero los errores flagrantes y las decisiones incomprensibles se siguen sucediendo, con los equipos más modestos como víctimas habituales. Los grandes medios solo señalan las vergüenzas del sistema cuando los afectados son los grandes de La Liga pero no hay fin de semana en que el sainete no sume un nuevo y bochornoso capítulo. Como aficionado del Deportivo Alavés los sentimientos son encontrados. Es imposible olvidar que la ayuda de las imágenes fue crucial en el glorioso ascenso logrado en el campo del Levante con un épico penalti en el último suspiro. Villalibre se erigió en héroe y nos devolvió a Primera. Una aplicación de la norma perfecta, de manual, hizo justicia. Lo que debería ser lo normal. Una vez alcanzada la élite, el Alavés ha visto ya cómo en dos duelos ante rivales directos una inexplicable aplicación del VAR le ha perjudicado gravemente. Errar es humano pero fallar cuando se tiene la tecnología para evitarlo es incomprensible y escama más que cuando sólo dependía del árbitro sobre el césped. No parece tan difícil hacerlo mejor. Escuchar lo que hablan entre los colegiados aportaría luz y taquígrafos, algo que no se estila en el oscuro mundo del fútbol español.