Tuvimos nuestro amado templo del cortado mañanero casi vacío todo el martes. Más allá de que parte de la parroquia habitual está por esos mundos conociendo otras barras, los viejillos con querubines sin clase a su cargo unieron fuerzas para dedicar gran parte de la jornada a subir y bajar del tranvía de Salburua. Aquí coincidieron tres factores esenciales. Por un lado, el plan previsto de intentar aparecer en todas las fotos e imágenes de los medios inmortalizando el magno evento. Y sí, en este periódico alguno lo consiguió. Por otro, la necesidad de inventarse planes con los nietos después de tantos días juntos en modo babysitter habiendo quemado ya casi todas las naves. Por último, que no ha nacido vitoriano que diga que no a algo gratis. Aunque, en realidad, pasado el día grande de inauguración sin políticos por aquello de que no pueden cortar cintas cuando se acercan las elecciones, en este último punto alguno de los aitites quiso poner un poco el freno. Porque de gratis nada, que en esto de la cosa pública, suele generarse la idea de que el tranvía cual, la carretera tal o el edificio pascual lo ha pagado la institución de turno como si alguno con mando en plaza hubiera sacado la chequera al grito de ¡yo invito a esta!. Va a ser que no es así.