Existe el mito, abonado por algunos historiadores, de que las escisiones de ETA fueron debidas a la contraposición entre el nacionalismo y el marxismo. Esta contraposición se resolvería siempre por el predominio de los nacionalistas sobre los marxistas. Es verdad que en ETA, desde los años 60, existió un debate sobre la cuestión nacional y el marxismo. Pero no se produjo porque ambas dimensiones fueran consideradas excluyentes sino porque los dirigentes de ETA pensaron que había que integrarlas en una ideología-proyecto marxista-leninista, que fue la que se aprobó y luego se puso en práctica en la V Asamblea de 1968.

Comunistas y abertzales

Este proyecto afirmaba sin ambages el principio comunista de “la revolución mundial” vinculando a esta con “el frente de lucha vasco, que toma la forma de lucha por la independencia nacional, con contenido socialista” y que “se une necesariamente a los del resto del mundo” (Zutik, octubre 1970). Los padres de la V Asamblea y líderes históricos de ETA, Federico Krutwig, Txabi y José Antonio Etxebarrieta y Julen Madariaga, fueron comunistas fervorosos como más tarde lo serían Argala, Pertur, Josu Urrutikoetxea, Mario Onaindia, Eduardo Uriarte o Francisco Letamendia. Sus referentes eran Che Guevara, Ho Chi Min o Mao Zedong y no Sabino Arana o José Antonio Aguirre. Ellos intentaron generar una revolución socialista para Euskal Herria siguiendo el modelo de Cuba o de Vietnam.

El principio de la V Asamblea, “la lucha de clases toma en Euskadi la forma de lucha nacional”, será repetido por Sortu en el 2012, como parte de un patrimonio irrenunciable. En ese principio se estableció la relación entre la forma (nacional) y el contenido (socialista) de la ideología de la Izquierda Abertzale. A partir de 1979, esta finalmente abandonó el término del “nacionalismo” por el del “abertzalismo”. La intención era prescindir de la vinculación con la ideología nacionalista relacionada con el principio de las nacionalidades. El “abertzalismo” sería el equivalente del “patriotismo revolucionario” propugnado por Mao Zedong, que es como se tenía que definir el patriotismo de los comunistas.

El Movimiento de Liberación Nacional Vasco, denominación de todo el conjunto de colectivos de carácter político y militar de la Izquierda Abertzale, reprodujo en términos de organización esa conjunción entre lo nacional y lo revolucionario-socialista. Durante los 80 se posicionó de forma entusiasta con el bloque soviético. Las escisiones de ETA de 1968 y 1971, el MC y LCR apoyaron, a lo largo de esa década y parte de la siguiente el voto por la “unidad popular” Herri Batasuna. La familia comunista volvió a reunirse en torno a una alianza electoral común.

Por todo esto, la escisión de la Izquierda Abertzale por parte de Gazte Koordinadora Sozialista y el carácter comunista de la misma responde a una lógica histórica y política. Cuando la Izquierda Abertzale liquidó a ETA, su partido Sortu planteó la “lucha ideológica” como sustitución de la lucha armada. ¿Por qué? Porque la ideología marca el objetivo ideal. La renuncia a la violencia no debe significar la renuncia al intento radical de destruir este sistema denominado por Sortu como “capitalista-patriarcal”.

GKS nació de la mano de algunos militantes de la organización juvenil de la Izquierda Abertzale Ernai. Convendría repasar la ponencia de formación política de Ernai Pentsamendu kritikoruntz (“Hacia el pensamiento crítico”) del 2013. En ella se recogen los lugares comunes del comunismo, cosas como que el materialismo dialéctico es “alma del marxismo”. Ahí desfilan los maestros pensadores Marx, Lenin, Antonio Gramsci y Michel Foucault. Para compensar la lucha armada, los dirigentes de la Izquierda Abertzale querían dejar bien claro cuáles eran las referencias de su pensamiento. Y esta ponencia da continuación a los contenidos del Manual de premilitancia de Jarrai en los 80-90, que meció las mentes de tantos activistas de la kale borroka. Los militantes de GKS recogieron ese legado y ahora lo pretenden poner en práctica de una forma particular.

En noviembre de 2018, en una mesa redonda en Zumaia, se escenificó la división entre GKS y la Izquierda Abertzale oficial, con los representantes respectivos de Kolitza y Eneko Compains. El representante de Sortu, Compains, confirmó allá que “la forma de lucha contra la dominación capitalista en el País Vasco es el proceso de liberación nacional”. Mientras que Kolitza reivindicaba “la unidad de la clase trabajadora, el partido” y la creación de “espacios de hegemonía socialista”, como los gaztetxes. El uno miraba a la toma del poder y, por tanto, a la necesidad de alianzas plurales (“la acumulación de fuerzas y un amplio movimiento popular”), mientras el otro subrayaba la identidad comunista, de espacios donde esta fuese hegemónica.

GKS se ha distinguido por su fuerte presencia en los gaztetxes y en el movimiento estudiantil por la vía de la organización escindida de la Izquierda Abertzale, Ikasle Abertzaleak. Ambos espacios se encuentran en pugna con la organización juvenil oficial de la IA, Ernai. El resultado es que ambas organizaciones han copado el debate político de los jóvenes. Aquí tenemos el espejo de la división de ETA a fines de los 60 y principios de los 70. Mientras que unos remarcan Euskal Herria como “marco autónomo de lucha de clases” y, por lo tanto, subrayan la lucha nacional dentro del esquema revolucionario, los otros plantean la “identidad comunista” poniendo como marco de su lucha a toda la Unión Europea.

GKS representa una vuelta a los orígenes de la Izquierda Abertzale, como movimiento de carácter juvenista, de reacción generacional y que enarbola con orgullo una ideología radical. Se da la paradoja de que ya que la Izquierda Abertzale posee una filosofía de la rebelión, sus hijos políticos de GKS, siendo fieles a la ideología de sus padres, se rebelan contra ellos, echándoles en cara haber fracasado en su proyecto, que era hacer la revolución. Los miembros de GKS reconocen que “la disidencia también forma parte del movimiento porque comparte sus tesis históricas. Todo movimiento fracasado necesita su disidencia para poder mantenerse con vida.” (Arteka, nº 22, Gedar, noviembre 2021, Aitor Martínez). GKS, además, opta (por ahora) por no hacer la competencia electoral a la marca de la Izquierda Abertzale, Bildu.

La disidencia de GKS respecto a su matriz debemos entenderla en el contexto de la densidad de una pujante cultura revolucionaria que fue la que ETA puso en marcha, desde fines de los 60, junto con todas sus divisiones y escisiones. Considerar que existe una separación entre “comunistas” y “abertzales” presupone obviar la naturaleza de esa cultura, en la cual las dos cosas son caras de la misma moneda y se corresponden con un ideario común. El debate, incluso el enfrentamiento, forman parte de ello. La interacción del movimiento y su disidencia produce un efecto complementario. Porque Bildu apunta a un objetivo más inmediato (la toma del poder institucional), en el que le es necesario “acumular fuerzas” y por tanto, de cara a la galería, tiene que atemperar su ideal; mientras que GKS, con su entusiasmo y pureza juveniles, ilumina el horizonte final, la sociedad comunista, en el que ambos concuerdan.

Historiador