Es una situación curiosa. En invierno, en Álava hace frío. En mayor o menor medida. Con más o menos nevadas. Y con heladas árticas o de carácter siberiano. El caso es que el que piense que el cambio climático ha llegado para privarnos de unas cuantas semanas de intenso aterimiento está muy equivocado. Y, pese a ello, cada vez que Euskalmet avisa de la llegada de temporales y borrascas, los medios de comunicación nos liamos la manta a la cabeza y festejamos las nevadas como si el Alavés hubiese ganado una competición de penalti y en el descuento del segundo tiempo de la prórroga de la finalísima. Supongo que ya es tarde para cambiar y que el bagaje que arrastramos nos obligará a tratar los fenómenos meteorológicos adversos como algo inusual cada vez que se de algún tipo de incidencia. Gracias a Dios o a la providencia, siempre habrá algún vecino con dos dedos de frente que nos ponga en su sitio al certificar que la nieve ha caído siempre por estos lares, unas veces más y otras veces menos, y que para combatir al frío siempre será mejor ir abrigado hasta las orejas que asumir las heladas a cuerpo. En fin, que a veces alardeamos de sentido común cuando, quizás, es el menos común de nuestros sentidos. Por lo que me toca, mea culpa.
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