Entrar estos días a nuestro querido templo del cortado mañanero es todo un espectáculo según qué viejillo esté. La cuestión es que varios de los abueletes que en tiempos se dedicaban a la cosa de los números o de la enseñanza se han calzado la txapela de pensar y están analizando punto por punto con nuestro amado escanciador de café y otras sustancias el Real Decreto-Ley 20/2022 porque están convencidos de que aquí el jefe de la barraca nos está tangando con la supuesta bajada del IVA. Vamos, que no la está aplicando a alimentos que la parroquia considera básicos, máxime en plena cuesta de enero, como el vino y la cerveza, más allá de que se niega a sumar las distintas reducciones que deberían afectar a cada uno de los pintxos que suelen estar sobre la barra. Incluso hay uno de los aitites que sostiene bien firme que, en realidad, nos debería pagar el bar a los clientes por cada trozo de tortilla de patata con pan que nos llevamos a la boca teniendo en cuenta lo que habría que restar al precio de los huevos, la cebolla y demás. Mientras hay quien está preparando un escrito dirigido a La Moncloa para denunciar la situación, el barman sigue la problemática desde el otro lado de la barra con la sonrisa de quien sabe que tiene la sartén por el mango.