Tenemos a varios de los exjóvenes de nuestro amado templo del cortado mañanero preparando con mimo el almuerzo con el que el viernes van a empezar el día y que va a suponer estar toda la santa jornada de jarana. Desde hace semanas se ha diseñado el plan de ataque para, cumplimentado el amanecer del último día de regalos varios, encasquetar a los hijos en diferentes casas conocidas y, tras llenar la panza en el local, afrontar un abordaje en condiciones del Casco Viejo que, sin causar bajas a lo largo de las horas, termine en Mendizabala para ver a Hertzainak y sentirse mozuelos otra vez. Los viejillos, por su parte, llevan las mismas semanas apostando quién va a pinchar primero, quién no va a llegar ni siquiera a lo de los rockeros esos, y quién va a aparecer el sábado con medio hígado en una mano y el otro medio perdido en alguna calle de Vitoria. Eso sí, son varios los abueletes que han pedido permiso –y se les ha concedido, faltaría– para sumarse a lo del almuerzo en el bar. Que una cosa no quita la otra. El único condicionante que se le ha impuesto a nuestro querido escanciador de café y otras sustancias es que no haya nada de turrones o polvorones, porque la parroquia en general, tenga una edad u otra, está ya con aquello de Los Calis cuando cantaban lo de más chutes no.
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