El saludo está en desuso. Cuanto más grande es el lugar en el que vivimos más impersonales son las relaciones y más fácil resulta caer en el ensimismamiento. Cada vez es más extraño oír a alguien dar los buenos días o despedirse al entrar o marchar de un comercio, de un bar o del portal de nuestra casa. Es muy probable que si un desconocido nos saluda por la calle pensemos que sufre algún trastorno o nos echemos la mano a la cartera. Pero aun hay espacios propicios para la salutación indiscriminada. Cotos de civismo en extinción. Pueblos y montañas son dos de ellos. Hay que ser muy estirado para no saludar al cruzarse con alguien por las callejas de un pueblito o andando por el monte. No hace falta explayarse con un “buenos días tenga usted”, basta con un “buenas”, un “aupa” o una de sus variantes cuasiguturales como “epa” o “eup”. El ámbito rural facilita la interrelación anónima. ¿Pero qué pasa cuando paseamos por los alrededores de la ciudad? ¿Llega hasta el anillo verde esa norma no escrita que impera en aldeas y senderos? Hay variedad de reacciones en la muga entre campo y ciudad. Yo por el momento no tengo pensado dejar de saludar mientras paseo o corro por las afueras de Gasteiz. Prefiero pasar por loco que por maleducado.