espués de dos años en barbecho, a la tercera va la vencida y por fin se puede disfrutar de una Semana Santa como las que conocíamos hasta 2019. No hubo esa posibilidad cuando el coronavirus nos obligó a pasarla encerrados en casa o, hace doce meses, una de las enésimas olas limitó los movimientos a visitar Euskadi sin sobrepasar los límites territoriales. Esas restricciones son ya parte del pasado y desde la tarde del miércoles se han podido comprobar las ganas y deseo del personal por lanzarse a disfrutar de estas cinco jornadas de asueto. La carretera del Alto de Armentia rumbo a la meseta castellana fue lo más parecido, tanto el miércoles a la tarde como la mañana de ayer jueves, a una procesión motorizada con los costaleros agarrados al volante y los nazarenos sentados en los asientos del coche. Poco ha importado que los precios de los combustibles, a pesar de la limosna de rebajarlos 20 céntimos, estén en precios históricos, la cesta de la compra se encarezca en cuestión de minutos o sintamos una descomunal descarga al recibir la factura de la luz y el gas. Las calles de Vitoria ofrecen en la mañana de este Viernes Santo la habitual estampa de silencio sepulcral tras la estampida de sus habitantes, con nula presencia de vehículos o peatones que contribuyan a dar alguna señal de movimiento.