os ha abandonado hasta nuestro querido escanciador de café y otras sustancias. Tras dos años sin una Semana Santa como Dios manda, en nuestro amado templo del cortado mañanero nos hemos quedado cuatro y el del tambor. Pero vamos, literal. Es decir, el becario -o sea, el hijo-, cinco viejillos que ya hace tiempo que decidieron que lo de meterse una pechada de kilómetros entre pecho y espalda no va con ellos, y los cuatro tontos que o trabajamos todos los días o casi. En venganza, eso sí, la disminuida parroquia lleva ya varias jornadas pasándose lo de la vigilia por donde la espalda pierde su nombre a base de una degustación de casquería en todas sus versiones, que esto es como el infierno vegano pero a lo bestia. Claro que no todo es comer y beber. También toca hablar de lo comido y bebido en todos esos lugares que alguna vez se visitaron con la excusa de ver pasos, procesiones y pasiones. Y es que, todo hay que reconocerlo, entre estas cuatro paredes, por lo menos, lo que es la religión no está en el menú del día. Nuestro pecado original es que llegan estas fechas y nos dedicamos, en realidad, a apostar sobre cuántas veces van a poner en la caja tonta Quo vadis y Ben Hur. Así nos va, claro, que nos van a crucificar cualquier día de estos.