unque el sol no se haya prodigado en exceso por Vitoria, el verano, como todos desde hace años, sí que ha venido acompañado de nuevo de esa fina, pegajosa y asquerosa película que impregna muchas calles de la ciudad por culpa de los pulgones que atacan los árboles. Son los insectos, y no la especie arbórea, los responsables de ese líquido, denominado melaza, tan similar al azúcar derretido -el calor y la ausencia de lluvias facilitan su aparición- que provoca que muchas aceras luzcan plenas de suciedad, con el riesgo añadido de que las suelas del calzado se queden adheridas a ellas. Eso por no hablar de coches llenos de una mugre resistente al lavado o comercios afectados por esa secreción delante de sus escaparates. Ahora que las terrazas están de moda, sentarse en una en la que el pegajoso líquido puede caer sobre los clientes no es plato de buen gusto. Como ya sabe cualquier vitoriano, este problema no es de hoy, pero pasan los años y, tras probarse varios métodos para mitigarlo, la mierda sigue apareciendo verano tras verano. Y tampoco la limpieza es efectiva, visto que la inmundicia es persistente. Como para este año ya no hay solución, no estaría de más comenzar a buscarla para el venidero. Porque muchas calles están hechas un auténtico asco y transmiten una imagen de suciedad inadmisible.
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