ues va a ser que el refranero empieza a tocarme las narices. Les cuento. Ayer por la mañana, mientras acudía raudo y veloz -al menos, todo lo raudo y veloz que puede un hombre de mi edad y de mis limitaciones- a ocupar mi puesto de trabajo después de disfrutar de unas cortas, aunque muy deseadas, vacaciones, me tuve que parar un instante a saludar a un conocido. Tras narrarle mis pesares por regresar de mis lugares de asueto, el citado me soltó algo así como "no te preocupes, que el trabajo dignifica". Me faltó el canto de un duro para saltarle a la yugular. Eso sí, tuve que explicarle que, lamentablemente, mi dignidad estaba muy bien resguardada tumbada en una hamaca mientras el menda se rascaba su prominente barriga sin más preocupaciones que elegir el pub para rematar la tarde con una cerveza fresquita. En fin, me imagino que me ha tocado en desgracia ocupar este espacio en plena crisis posvacacional y que, mientras olvido aquellos días maravillosos de sol, playa y arena, solo me queda adaptar mis biorritmos a esto de la rutina diaria, del despertador a primera hora, de engullir en vez de comer para no perder tiempo y de llegar con la lengua fuera al cierre de cada jornada laboral para dar lustre a aquello de que el trabajo dignifica.
- Multimedia
- Servicios
- Participación