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Mesa de Redacción

Oscar San Martín

Días de sillonbol

Días de sillonbol

enos mal que son cada cuatro años o, como ahora, cinco por culpa de la maldita pandemia. En caso contrario, estoy seguro de que mi familia -ya de por sí una estoica sufridora de mi enfermiza pasión por el deporte y mis duros horarios laborales- acabaría desheredándome. Pese a que aún me resisto a colgar las zapatillas para seguir haciendo mis nueve kilómetros tres o cuatro días a la semana -lo siento pero correr no es de cobardes cuando has pasado la barrera de los 40 y sufres la amenaza de la incipiente barriga-, llevo más de una semana practicando mi deporte favorito: el conocido sillonbol. He de admitir que mi adicción a los Juegos Olímpicos me retiene gran parte del día pegado a la tele. Da igual un combate de taekwondo, una carrera de mountain bike o la regata de vela. Porque el evento, más allá de conocer la identidad del campeón de cualquier modalidad, siempre deja instantáneas para la posteridad. Ver a Djokovic hacer pedazos su raqueta o lanzarla a la grada no tiene precio. Como a dos mediofondistas abrazarse tras un tropezón que arruina mutuamente su carrera. O los salivazos al aire de un díscolo boxeador francés tras su descalificación. Por cierto, ayer pronto a la cama porque a las 6 de la mañana espera hoy un España-Suecia de balonmano.