n años anteriores, algunos de los viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero solían quedar en torno a las navidades para reunir a los nietos e irse a La Florida para dar el garbeo habitual por el belén, por aquello de vigilar entre todos a los enanos y su tendencia al mal en cualquier situación. Esta vez, claro, ni hablar del peluquín, que juntar a 15 personas -aunque los querubines estén más cerca de la mosca cojonera que del ser humano- se ha convertido en delito de lesa humanidad. Así que aprovechando el puente, que el bar estaba cerrado y que no había posibilidad de escapar de Vitoria, el otro día uno de los habituales reunió a sus tres descendientes y se aventuró él solo. Entró por el acceso marcado entre el Parlamento y la Catedral Nueva y siguiendo las flechas, sin darse cuenta, se salió del recorrido. Vuelta a entrar. Otra vez fuera. Después de pasar siete veces delante de la misma figura siguiendo las flechas del suelo, se empezó a ciscar en todo, más que nada porque era la única con altavoz y de ella salían ruidos y villancicos sin fin. Más fácil fue encontrar el nacimiento. Era el único sitio donde había cola y dos municipales a los que le entró ganas de pedir un mapa para volver a intentar entrar en el laberinto. Desistió, eso sí, porque los nietos tenían tal mareo que ya no podían más.
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