ace unos días moría Olivia de Havilland. Los actores del Hollywood clásico tenían otro ángel. Murió esta actriz y lo primero que se subrayó es que era la única superviviente del reparto de Lo que el viento se llevó, película que últimamente está en candelero un día sí y otro también. Me maravilla la supervivencia de esta película, pero este es otro debate. A Olivia de Havilland la recuerdo por otros papeles, menos dramáticos, quizá no brillantes, pero unidos a las tardes de cine de mi infancia en familia. Pero esta actriz, al margen de la gran pantalla y de sus dos Oscar, fue todo un personaje en sí misma. Desafió el controlador sistema de contratos de los grandes estudios establecido hasta entonces, demandando a la Warner Brothers. El proceso, con varias apelaciones, duró dos años y medio, durante los que no pudo rodar una sola película ni, por tanto, ingresar un solo dólar. Y ganó. Dio nombre incluso al fallo, la Ley De Havilland, que dio más poder a los intérpretes frente a los estudios. La actriz protagonizó también una de las grandes leyendas de odio de Hollywood, con su hermana, la también actriz Joan Fontaine. Una relación de aversión mutua a la altura de la que mantuvieron Bette Davis y Joan Crawford y que nos lleva a ¿Qué fue de Baby Jane? El Hollywood dorado era otra cosa.
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