emasiado tranquilas estaban las aguas de nuestro querido templo del cortado mañanero. Hasta ahora, el confinamiento había amansado bastante a las fieras, pero la posibilidad, por mínima que sea, de que esa nuestra segunda casa vuelva a abrir sus puertas ha destapado una lucha en la que no se hacen prisioneros. Para empezar, nuestro amado escanciador del café y otras sustancias no tiene nada claro lo de volver a levantar la persiana porque en la hipotética terraza que podría habilitar ha hecho cálculos de que tendría que atender como mucho a dos parroquianos al mismo tiempo, cada uno a un lado de la puerta de entrada, con lo que está pensando en exigir como consumición mínima un copazo aunque sean las ocho de la mañana, no antes, eso sí, que ya ha avisado para los que salgamos a pasear a las seis, que él en su cama está como Dios. A eso hay que sumar que los viejillos han exigido lo de la cita previa y que, como ellos son del colectivo vulnerable, tengan preferencia e incluso exclusividad. Nos ha entrado la duda, además, de si el habitual torrezno que muchos se meten entre pecho y espalda a modo de sutil almuerzo, debería ser considerado como comida para llevar y, por lo tanto, no se lo podrían comer allí. Vamos, que tenemos un lío...