legados a este punto, he decidido tirar la toalla. Me he cruzado con todo tipo de dispositivos policiales a lo largo de las últimas semanas en el recorrido que hay entre mi casa y la redacción de mis desvelos. Y no. No lo he conseguido. No he sido capaz de que los agentes se interesen por mí. Y mira que estaba ilusionado al respecto. Si hasta llevaba en la mano preparada para ser mostrada al instante la retahíla de documentos acreditativos que justifican mis desplazamientos como sujeto encargado de “actividad esencial” en la elaboración del diario que tiene usted en sus manos. He de reconocer que pasar desapercibido para la ley y el orden ha supuesto un jarro de agua fría para mis aspiraciones de tipo pendenciero. En fin, supongo que los responsables de velar por la seguridad de Gasteiz habrán podido comprobar que, cuando toco la calle, me encorvo para tratar de dejar menos superficie contagiable al virus del demonio o que, por mucho que disimule, cuando trato de esquivar al personal que abunda por la calle, bien con perro, o bien sin él, se me instala sin remedio mi cara de susto. Bajo esa perspectiva, imagino que será imposible provocar interés profesional en los patrulleros encargados de que se cumplan los preceptos del estado de alarma.