ntiendo perfectamente la necesidad de niños y padres de que los vástagos se aireen un poco después de tantas semanas de confinamiento. No debe ser fácil para los pequeños someterse a un encierro que no acaban de entender muy bien pero que sin embargo acatan con sorprendente resignación, como les ocurre con casi todas las órdenes que reciben de sus progenitores y sus profesores. Para los mayores será probablemente también un alivio después de tantos juegos, cocinitas, conversaciones y cierto sentimiento de culpa por apelar demasiadas horas cada día a la televisión y a las consolas como ayudantes de distracción y entretenimiento. Una actividad diaria para los chavales que iba a consistir en acompañar a sus padres a la farmacia, a la compra o al banco. O sea, si no recuerdo mal, más o menos lo mismo que hasta ahora, ¿no? Después del pomposo anuncio lanzado por Sánchez el domingo las cosas han ido cambiando. Primero se rectificó el límite de la edad, de 12 a 14 años, y después, ayer mismo, se concedieron los paseos más allá de los recados en una precipitada comparecencia del ministro Illa para corregir por la tarde lo dicho por la mañana por la portavoz Montero. Aparte de hacerlo, hay que comunicarlo bien. Y en eso, de momento, el Gobierno falla.
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