ay un dicho en la lengua de Cervantes que avanza aquello de que no hay mal que por bien no venga. Pues bien, desde mi ignorancia supina, me temo que tengo que discrepar con ese apunte de sabiduría popular. Es evidente que la situación generada por el coronavirus de nombre trabalingüístico es mala a rabiar, con unos costes en vidas y en dolor que no se olvidarán jamás. Aparte, la situación económica derivada de los parones en los sectores productivos va camino se alcanzar cotas críticas que, per se, contribuirán a arruinar las vidas a una parte de la población, a la que costará tiempo recuperarse, si es que lo logra. Luego, las premisas, invitan a dibujar un panorama desolador que cumpliría a pies juntillas la primera parte de la máxima que entronca estas líneas. Con ello, sólo restaría adivinar cuál será el lado bueno que saldrá de esta situación demoniaca y comprobar si se cumplen las predicciones que vaticinan la creación tras la debacle sanitaria de una sociedad más solidaria y altruista, más ligada a los valores y menos aferrada al consumismo. Y, ahí es, precisamente, donde se sitúa mi discrepancia. No creo en la bondad de este sistema social, escorado hacia un capitalismo con tendencias salvajes que ya ha demostrado una y mil veces su capacidad para repudiar a los que no tienen.
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