l miércoles me fustigué con otra sesión de control al Gobierno en el Congreso. Llevaban tiempo sin ejercerla y, en verdad, más valdría que algunos hubieran seguido confinados en sus casas, atrancados y bajo llave. Otra jornada de vergüenza ajena -y propia, que se les ha votado para que estén ahí- en la que abundaron las críticas, los reproches desaforados y los mítines descarados aunque, en principio, se trataba de preguntar y recabar información. Esa fórmula ya establecida y asumida de interpelar al ministro y aprovechar el turno de réplica para lanzar un mensaje absolutamente ajeno a la respuesta es tan absurdo como estéril. Se trata de dar caña al Gobierno con el único objetivo de que caiga, no de que rectifique, mucho menos de construir algo juntos. Adjetivos como social-comunista, bolivariano, manipulador y mentiroso se reprodujeron sin ton ni son por parte de una derecha amargada, cargada de un odio visceral que en absoluto pretendía arreglar o matizar nada, sino provocar el derrumbamiento del adversario político. “Que caiga España que ya la levantaremos nosotros”, proclamaba en su día el popular Cristóbal Montoro. La táctica sigue ahora siendo la misma. ¿Y los ciudadanos? Pues que lo pasen lo peor posible para que cambien el voto y mandemos nosotros.
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