levamos ya cuatro semanas metidos en casa y poco a poco vamos conociéndonos más a nosotros mismos, a fuerza de convivir con nuestros propios pensamientos sin más distracción que las videoconferencias y los quehaceres domésticos que, en cualquier caso, no nos libran de permanecer en constante diálogo con ese yo interior al que no hacíamos caso cuando vivíamos corriendo de un lado para otro. Quien no se aguante a sí mismo lo tiene que estar pasando francamente mal en estos apocalípticos tiempos que nos ha tocado vivir. Sin embargo, la mayor parte de la gente que no tiene que cruzar los dedos cada mañana por un familiar enfermo o llorar una pérdida está descubriendo una curiosa forma de libertad en el encierro doméstico, que nos hace dueños y señores de nuestro tiempo, por mucho que cada día haya que sacar adelante el teletrabajo, los deberes, las labores de mantenimiento de la vivienda o la intendencia general del hogar. No debemos perder de vista la terrible situación que estamos viviendo, el incierto futuro económico que le espera a mucha gente, la cicatriz que esta guerra ha dejado en muchas personas, los centenares de vidas perdidas, y precisamente por ello debemos valorar lo poco de positivo que podamos sacar de todo esto.