En la rampa final, en la última frontera, a modo de linde emocional, donde el alma se ha despegado del cuerpo, abandonado a su suerte, una pintada recordaba el padecimiento, el sufrimiento al límite en Ancares. Urge doctor gritaba el suelo. El aviso llegaba tarde. Demasiado. Para entonces, Ancares era una radiografía de los adentros, una mesa de autopsias que todo lo dejaba al descubierto. Fuera máscaras.

No había lugar para esconderse ni para camuflarse en una montaña de 7,5 kilómetros y 9,1% de pendiente media, con un desplome sobresaliente en los últimos cinco kilómetros, en los que la pared se erguía infinita, a modo de muro orgulloso en un siniestro calabozo de la desesperación que reptaba al 12% y con repuntes del 15%. Ancares era un leviatán, el Saturno que devora a sus hijos.

Roglic, Mas y Landa, durante la ascensión. Movistar / Getty

Ancares fue tan bello como salvaje, una montaña convertida en un tratado de supervivencia, de penurias, que enfatizó el corazón de la Vuelta. Sobre la cima palpitó la victoria impecable de Michael Woods, que venía desde la fuga.

Woods festeja la victoria en Ancares. La Vuelta / Sprint Cycling

En la cumbre de la mole renació la carrera. Primoz Roglic, desatado, forzudo, alado, sometió a Ben O’Connor, frágil y vulnerable el líder. Atormentado en una montaña que le dejó solo, aislado, a la intemperie.

Roglic, imperial, se lanzó hacia la Vuelta con determinación, la ambición supurando en cada poro de su piel. Quiere lucir su cuarta corona el esloveno, un campeón de cuerpo entero. En Ancares la acarició tras un ejercicio valiente en medio de la agonía.

El esloveno no especuló. Voló y dejó en la sombra fría a O’Connor, desdichado, plegado en el sufrimiento. El australiano perdió gran parte de su imperio. Roglic le mordió casi dos minutos.

O'Connor, a su llegada a meta. Efe

En la general, O’Connor dispone de apenas 1:21 sobre el esloveno. Hace menos de una semana se sentaba sobre una montaña de oro. Los ahorros se le agotan al australiano, superado en la montaña por un fantástico Mikel Landa, el que menos perdió respecto a Roglic. "A día de hoy le veo por encima pero queda mucha Vuelta", dijo el murgiarra.

Sensacional Mikel Landa

Landa también pudo con Carapaz y Mas. Salió ganando el alavés, criado a las faldas del Gorbea. Le tira el monte a Landa, que recuperó una veintena de segundos respecto a Mas y Carapaz. El mallorquín quiso compartir plano con Roglic, pero el esloveno le sacó de la escena. Concedió casi un minuto con el esloveno, el patrón de la Vuelta aunque no sea el líder.

Landa continúa quinto en la general, pero el podio le llama cada vez con más fuerza. Está a menos de 20 segundos de Mas. Entre ambos se mueve Carapaz. Roglic, formidable, no perdonó. Su ascensión, sin oscilaciones, sólida y eficaz fijó el nuevo rumbo de la carrera. El estatus ha cambiado.

O’Connor, deshilachado en Ancares, resistió la embestida como pudo. Se sostuvo en el alambre, tratando de no caer al vacío en una montaña que no acababa, donde se alejaba la meta, un fantasma. Una ascensión silente, una conversación con el interior. Solo el jadeo y la música de réquiem le acompañaron al australiano.

Así se encendió el infierno de Ancares. Allí ardieron los deseos de muchos y se convirtieron en ceniza las fuerzas de todos. Ancares impuso su ley. La de la montaña que no hace prisioneros.

Recompensó a Roglic en una Vuelta que acercó a sus manos. En montañas de ese peso, capaces de aplastarlo todo, también las esperanzas y el ánimo, no existe la cuarta pared, se atraviesa a través del dolor, a gatas.

Una montaña durísima

No hay lugar para el teatro ni para la pose. Tragedia griega. La crónica de una drama anunciado. Crecen las arrugas, sobresalen las ojeras, achatadas las narices, boxeadas de sufrimiento en las entrañas de una montaña que exige una entrega absoluta. Mártires del compás con el paladar de veneno, el del ácido láctico que coloniza los músculos y atosiga el organismo.

Camino del averno, con aspecto de paraíso embaucador, se configuró una fuga numerosa, troceada más tarde, en la que estuvo Mikel Bizkarra. El punto naranja del Euskaltel-Euskadi. Octavo en la cumbre.

Por detrás, la alta aristocracia solo enfocaba Ancares, rotulado en rojo, como un lugar para reescribir el relato de la Vuelta. Antes asomó, a modo de aperitivo sin spritz, el puerto de Lumeras, donde los costaleros de Enric Mas armaban el ritmo con el redoble de Quintana.

O’Connor, Roglic, Carapaz, Mas y Landa mantenían el gesto sereno. Ancares era todavía una amenaza, el horizonte, un trozo de futuro. Por delante, Van Aert, Vine, McNulty, Asgreen, Oomen, Woods, Schmid, Leemreize y Soler no tardaron en retarse. Van Aert, que es todos los ciclistas en uno, tres etapas ganadas, líder de la regularidad, era entonces, el rey de la montaña.

Soler, fiel a su retrato, padeció para atacar un pestañeo después con el maillot abierto y el rostro pidiendo clemencia. Libre de cualquier carga, Van Aert se deleitaba como un potro salvaje. En el descenso un escalofrío recorrió el tuétano de la Vuelta.

Imagen de la caída de Vine y McNulty Eurosport

Vine, que padeció una caída terrible en el descenso de Olaeta en la Itzulia, y McNulty salieron disparados en una curva. Rozaron la fatalidad, pero encontraron una escapatoria. La fortuna les amortiguó de un mal desenlace cuando se posaron sobre arbustos. La caída les dejó en un limbo. Les descartó en la fuga.

Woods no perdona

Ancares, una carretera colgada del cielo, sostenida por los andamios de las laderas verdes, recibió con entusiasmo a Woods, un escalador excepcional. El canadiense, ligero, perfil de hilo, taló al resto. En una subida de pesadilla, Woods soñó a lo grande.

Se inspiró en otras montañas que descerrajó. Fue el hombre que descubrió Oiz en la Vuelta y se posó sobre el volcán del Puy de Dôme en el Tour. Regresó a ese recuerdo glorioso en Ancares. "Estoy en una nube", explicó el canadiense.

Un puñetazo al estómago daba la bienvenida a los rostros, ajados. El Red Bull percutió con una cadena de relevos al esprint como si el mañana no existiera. Solo contaba el momento. El de O’Connor era el de un crisis. Un ejercicio de supervivencia mientras Roglic percutía con furia. Mas trató de afiliarse al ritmo del esloveno, pero capituló.

Landa, resistente, de aliento largo, avanzó en su ecosistema. Carapaz, peleón, no se abandonó. Tampoco el líder, la dignidad de su lucha intacta, las fuerza escasas, desgarrado el maillot rojo que le arranca a jirones el esloveno. Roglic desnuda a O’Connor.