No pudo estar más atinado Iñaki González al titular ayer su crónica electoral en los diarios del Grupo Noticias. “Un pentapartito contra el PNV”, fue el encabezado que se ajusta como un guante a lo que hemos visto en esta extrañísima primera semana de campaña en la que nos tocó llorar por la muerte de José Antonio Ardanza mientras, casi al tiempo, buena parte de la ciudadanía de Bizkaia vivía su éxtasis en rojo y blanco. Si algo está quedando claro en actos, entrevistas, canutazos y hasta en los dos primeros debates, es que, entre los seis candidatos de los tres partidos principales y los tres que aspiran a salvar los muebles (caña y gilda a que la izquierda confederal va a raspar un mísero escaño), el enemigo a batir es Imanol Pradales.
La diana dialéctica está puesta en él. Por ser justo, diré que, en general, sin sobrepasar los límites discursivos, salvo en dos muy ilustrativos casos. Hablo de PP y Elkarrekin Podemos, a los efectos, mellizos en el emponzoñamiento y en las patadas al avispero. O sea, insultadores sin freno, no ya a un candidato o a un partido que les saca cien años de vida, sino de sus militantes, simpatizantes y votantes. O sea, más que probablemente, a sus amas, sus aitas, sus amonas o sus aitites. Cuando esto acabe, espero que Miren Gorrotxategi y sus menguantes mariachis desparezcan de las escena política vasca. Quienes te cantan las mañanas sobre el racismo y la xenofobia se retratan como supremacistas antivascos. Solo la afortunadamente extinta Unidad Alavesa llegó a tanto.
Y ahora vuelvo al mensaje principal de estas líneas, que no es otro que poner negro sobre blanco el porqué de la coincidencia transversal en el acoso y derribo del aspirante jeltzale. Es tan fácil como que estas no son solo las elecciones de 2024 sino también las de 2028. Y si Pradales llega a ser lehendakari esta vez, solo una catástrofe lo moverá de Ajuria Enea.