CADA vez siento más desafección por el fútbol. Incluso en estos días en que a mi alrededor la fiebre rojiblanca hace estallar los termómetros, solo puedo tener pésimos augurios sobre el mal consejero que es el triunfalismo mezclado con una soberbia que responde a la caricatura al uso de los ahívalahostiapues y otras jaculatorias del chirenismo fetén. Qué patética, anoto al margen, la gresquilla sobre los sablazos a txalupas, txipironeras, zodiac, motos de agua y/o piraguas que hayan de componer el cortejo de la gabarra tras la todavía no asegurada ni por el forro victoria ante el Mallorca del vasco Javier Aguirre, club tratado con tal desprecio, que la justicia poética anda frotándose las manos y, ojalá no, preparando una venganza que, por enésima vez, nos haga volver de la final con el rabo del león entre las piernas.

Pero no era de estas cavilaciones de forogogoitia desintoxicado de las que quería hablarles. Mi prescindible prédica de hoy asienta sus reales en la casi coincidencia en el tiempo de la fullera llantina del tal Vinicius por ser diana de cánticos racistas y el anuncio de Jagoba Arrasate de su marcha de Osasuna. En ambas situaciones hubo lágrimas; reprimidas en el caso del todavía entrenador rojillo, y desvergonzadamente exhibidas por el estrellón merengue que tira del victimismo más indecente del que uno tenga memoria.Por si nos faltara certificación de la falsaria manipulación del multimillonario malcriado, lo comprobamos en varios momentos del ¿amistoso? España-Brasil que le montaron al niñato prácticamente como homenaje en el Bernabéu, que hay que joderse mucho. Nadie desde la grada le faltó al respeto. Él, sin embargo, se puso chulescamente agresivo y faltón con varios jugadores de la roja. Nico Williams, que igual que su hermano Iñaki habían defendido al provocador, no sabía dónde meterse. Menos Vinicius y más Jagobas, proclamo.