Goteo incesante

– Dos noticias de las últimas 24 horas. En Murcia, la Policía Nacional ha detenido a dos menores que violaron –siempre hay que poner “presuntamente”, cómo cansa– a una niña de 13 años. En Asturias, la Guardia Civil investiga la violación grupal a otra menor durante una verbena en el concejo de Corvera. Se suman al estremecedor goteo continuo de agresiones sexuales perpetradas por menores sobre menores y que, de tanto repetirse, no merecen más que un suelto en los medios y una gili-declaración de condena llena de topicazos por parte de las autoridades locales. Y eso es mucho, teniendo en cuenta el ensordecedor silencio oficial del ministerio español de Igualdad y de sus más destacadas representantes, tan dadas a la denuncia posturera de aluvión siempre que el viento sople a favor y no nos metamos en terreno resbaladizo. Yo te creo, hermana, pero hay víctimas y víctimas. O, volviendo la oración por pasiva, victimarios y victimarios.

Intocables e impunes

– ¿De qué les hablo? Podría citarles, a ocho kilómetros de mi domicilio, en Barakaldo, la salvaje violación, en enero de 2018, de una niña de 13 años por un hatajo de bestias que no habían cumplido la mayoría de edad. Tras el ratito de trámite de pancarta, cuidándose muy mucho de proferir una palabra negativa sobre los depredadores alevines, se decretó el muro informativo. Apenas unos meses después, el cabecilla de los violadores fue captado protagonizando una reyerta en la localidad fabril. Los demás, que ya gozan del derecho de votar, campan libres por la margen izquierda del Nervión, sabiéndose intocables.

No es “la sociedad”

– Si nos vamos un poco más lejos en el espacio pero no en el tiempo, nos encontramos con otra noticia que hiela la sangre al tiempo que ofrece el retrato de la indecente hipocresía que se nos suministra. Anteayer supimos que la familia de la niña senegalesa agredida brutalmente por otra manada de menores en un centro comercial de Badalona en noviembre de 2022 ha decidido abandonar la localidad catalana antes de la semana que viene. Después de denunciar el caso, su vida ha sido un infierno. El padre y, particularmente, el hermano de la niña no han dejado de recibir amenazas del entorno de los agresores y de buena parte de los vecinos de su barrio. Decía ayer el diario catalán más importante que lo sucedido demuestra que “algo falla en nuestra sociedad”. Con todos los respetos, a mí, que soy parte de la sociedad, no me miren. Señalen a las muy progresistas autoridades y a los megabuenrollistas que, en casos como este, silban a la vía.