De 62 a 64 años
– De mayo del 68 a marzo, abril y, seguramente, otra vez mayo… de 2023. Son ya diez semanas en que arden las calles de las principales ciudades del hexágono, incluyendo Baiona, donde el jueves se manifestaron 10.000 personas, que no son pocas para lo que se estila en la capital de Lapurdi. Esta vez no se busca una playa bajo los adoquines ni que se prohíba prohibir. Las protestas, con ribetes de revueltas extremadamente violentas –nos queda en la retina la imagen del ayuntamiento de Burdeos en llamas–, pretenden echar abajo la reforma de las pensiones de Emmanuel Macron. O simplificando más, la medida más polémica: que a partir de 2030 la edad de jubilación se retrase de 62 a 64 años. Déjenme que anote al margen, entre risas lagrimeras, la presencia en la última movilización en París del secretario general de UGT, Pepe Álvarez, que acaba de bendecir una reforma que sitúa el retiro más allá de los 67 años, menudo rostro.
Impopularidad
– Es verdad que, mirando la letra pequeña, la cuestión no solo va del tiempo de más que tendrán que trabajar los franceses. La nueva legislación perjudica a quienes entraron antes al mercado laboral y tuvieron empleos más precarios. De igual modo, salen damnificadas las mujeres, penalizadas por las bajas maternales y los periodos de inactividad. Macron lo reconoce pero pasa un kilo. Son daños colaterales, dice, mientras repite la letanía: si se quiere evitar que pete el sistema, no queda otra que asestar el hachazo. “Si hay que asumir la impopularidad, la asumiré”, galleó el inquilino del Elíseo en su primera intervención televisiva tras el estallido. Según él, el interés general está por encima de la coyuntura y los cálculos electorales.
“La muchedumbre”
– De momento, no se ha movido un ápice de esa postura, así le haya costado tener un país levantado en armas y, de propina, dos mociones de censura que superó por los pelos. Y aún se permitió remedar la famosa frase de Víctor Hugo –“Frecuentemente, la muchedumbre traiciona al pueblo”–, aunque él lo dijo de otro modo: “La muchedumbre no tiene legitimidad frente al pueblo que se expresa ante sus cargos electos”. Pasó por alto el arrogante presidente galo que el 70 por ciento de esos representantes electos están en contra de la reforma. La prueba es que no se atrevió a someterla a votación en la Asamblea y recurrió –esto también nos suena aquí abajo– al Decreto, apelando al artículo 49.3 de la Constitución de la República. La pregunta es cuánto tiempo más podrá mantener su inmovilismo. Apuesto a que terminará cediendo, siquiera en parte.