La sexta moción

– Esperpento, sainete, opereta, vodevil, astracanada. No queda un subgénero teatral sin usar para referirse a lo que va a ocurrir entre hoy y mañana en el españolísimo Congreso de los Diputados. No faltan, incluso, quienes cambian de disciplina escénica y hablan directamente de circo. Algo de todo ello va a haber, sin lugar a la menor duda, en el desarrollo de la sexta moción de censura que se ha presentado en las Cortes desde aquella primera de 1980 de Felipe González contra Adolfo Suárez que fue, según se dice, el preludio del triste final del abulense, con el aliño de un golpe de estado, la interinidad del triste Calvo Sotelo y el triunfo apoteósico del PSOE dos años después. Cada una de las otras cuatro mociones que vinieron luego han tenido su puntito de morbo, de comedia, y hasta de giro inesperado, como la que sentó a Pedro Sánchez donde sigue hoy, después de que el desafiado, Mariano Rajoy, decidiera pasar sus últimas horas como presidente cogiéndola llorona en un bar en lugar de dar la cara desde el escaño.

La moción anterior

– Con todo, la función de estos dos días en la Carrera de San Jerónimo no es comparable a ninguna de las anteriores veces en que se ha puesto en práctica la herramienta constitucionalmente prevista como modo de provocar el cambio el gobierno sin pasar por las urnas. Y aunque el promotor de la última fuera el mismo partido, es decir, Vox, ni siquiera se parecerá a esa que, como alcanzamos a recordar, porque fue casi anteayer, se quedó en pirotecnia y en la que lo único sustancioso fue ver al entonces líder del PP, Pablo Casado, montando una pajarraca a su teórico aliado del ultramonte. Esta vez, ni eso. En feliz ausencia del actual presidente de los genoveses, bien se cuidará la portavoz Cuca Gamarra de ponerse de perfil ante el dúo Tamames-Abascal y dirigir toda su artillería dialéctica a los que se sientan en los bancos azules y, con especial virulencia, al presidente de lo que llamará una docena de veces “gobierno Frankenstein”.

Entretenimiento

– Y ya hemos mencionado a quien disfrutará del sarao desde la posición más cómoda. A Pedro Sánchez —que ni siquiera se habrá tomado la molestia de empollarse el discurso filtrado del lisérgico candidato— le bastará con tratar con condescendencia al nonagenario Tamames y reservar sus cagüentales más vitriólicos para el caudillín de Amurrio. El resto de las y los portavoces tratarán de que no se les note demasiado el sofoco y, si cabe, de ganarse algún titular de aluvión. Todo lo demás será pura entretenedera y carne de meme. El viernes ni siquiera nos acordaremos.