El antecedente - La primera moción de censura de Vox contra el gobierno español socialcomunista, como gusta llamarlo a los extremocentristas, fue un cachondeo del nueve largo. Baste decir que Sánchez, el desafiado, estuvo más de espectador que de protagonista. Esa vez le robó el papel el hoy defenestrado Pablo Casado, que asesorado vaya usted a saber por quién, se lió a poner de chupa de dómine al líder del partido de las tres letras, pasando por alto que le sostenía un porrón de gobiernos autonómicos y locales. Hay quien asegura que esa parrapla marcó el principio del fin del palentino coleccionista de másteres de pega. Yo no exageraría tanto. Como mucho, fue solo un clavo más de su futuro ataúd. Ya por entonces la emperatriz de Sol había empezado a darle mala vida al líder nominal del PP. Era cuestión de tiempo o de una cantada gorda como la que cometió ahora hace un año que el tipo acabara marchándose por el desagüe la historia.

No es la edad - Pero no nos desviemos, que esto va de mociones abascálidas. Mañana se formalizará la segunda en el registro del Congreso. Y esta sí que a va a ser una lisérgica comedia de enredo con cañones lanzando caspa en el hemiciclo. Lo de las bolas de billar de Fernando VII quedará en anécdota menor. “Así se las ponían a Pedro Sánchez”, se dirá en el futuro, recordando cómo lo que pretendía ser una operación de acoso y derribo al inquilino de Moncloa se saldó con una sucesión de descacharrantes momentos patéticos protagonizados por un nonagenario ególatra de pelo tintado a brochazos que lleva tres cuartos de su vida (o los cuatro) fuera de la realidad. Porque esto, por mucho que protesten los finolis, no es una cuestión de senectud. Cualquiera que conozca al candidato propuesto (o, más bien, expuesto) por el caudillín de Amurrio, sabe que Ramón Tamames era tan poco fiable en lo ideológico y en lo intelectual a los veinte como a los cincuenta o a los noventa.

Un ególatra, sin más - Como conozco bastante al personaje, no dejo de tirarme de los pelos al ver cómo se cita sistemáticamente su pasado comunista como si fuera aval de algo. Haber militado en el PCE del último franquismo y del primer posfranquismo no implica haber sido comunista. ¿Cómo iba a serlo un tío que trabajaba empotrado con los economistas franquistas del desarrolismo? Él mismo lo ha dicho mil veces. Su afiliación era un billete al poder. Como tantos, esperaba que tras la muerte del bajito de Ferrol, el PCE sería el partido hegemónico y él sería ministro. Mil fracasos después, su ego indomable nos va a regalar un gran espectáculo.