De momento, resiste – Los usuarios de Twitter, que tenemos un puntito de reyes del drama, otro de dispensadores de lecciones de moral al peso y uno más de cínicos redomados, llevamos unas semanas esperando si se muere o no se muere la corrala del pajarito en que nos ejercitamos como porteros y porteras o, según los ratos, evacuadores de verdades absolutas al por mayor. Todo empezó cuando un megamaximultimillonario llamado Elon Musk se dio el capricho de comprar la plataforma por 44.000 millones de euros de nada. Anunció al hacerlo que su intención era devolver a los frecuentadores de la cosa la libertad de expresión, aunque siempre dentro de un orden. Es decir, dentro de su orden, que ha quedado definido cuando una de sus primeras medidas ha sido reintegrar a Donald Trump la cuenta que los anteriores propietarios le habían suspendido por menudencias como aventar sistemáticamente mentiras ponzoñosas y arengar a las masas a tomar violentamente lo que las urnas le habían negado.
Pero funciona – La decisión se une a otras, diría que incluso de mayor gravedad, que retratan al tronado Musk. La más evidente, el despido de un plumazo de la mitad de la plantilla, sin reparar en insultos hacia su presunta ineptitud y nula productividad. Sorprendentemente, tras esa sangría masiva a la que se unió la marcha voluntaria de otros centenares de currelas, hoy es el día en que uno entra a su cuenta y no observa ninguna anomalía en el funcionamiento. Todo parece ir como iba antes del desembarco del tiranuelo podrido de pasta. La única diferencia es que hay un porrón de parroquianos, siempre los de principios morales más elevados, que van regalando al resto sus matracas sobre la intolerable falta de libertad y anunciando la inminente defunción de la cosa. Ni se dan cuenta de que, desde el mismo momento en que sus mensajes apocalípticos son publicados, incurren en supina incoherencia.
Sin alternativa hoy – Este humilde tecleador se cuenta en el sector de los que callan con media sonrisa mientras observan el divertido a la par que revelador fenómeno. Si de verdad están tan encabritados esos castos y puros voceadores, no se entiende que sigan dando la matraca en la malvada red social. Hace tiempo deberían haber emigrado a esas otras fastuosas alternativas de las que hacen proselitismo y que no acaban de chutar. Quizá el futuro esté en una de ellas. Pero, de momento, la que sigue mandando es la del tipo que, como Gila, dirá: “Habré perdido 44.000 millones, pero lo que me he reído...”.